Google+ Taller de Escritura Creativa de Israel Pintor en España: Por favor trata de ser breve, Alfonso Pino

Por favor trata de ser breve, Alfonso Pino

Ahí viene Pepe anuncia Eduardo.
 —Hoy es lunes, así que traerá una nueva historia, —comenta Andrés.
En el “Café con Cuento”, pequeño restaurante ubicado cerca de la estación Tobalaba del Metro de Santiago, se juntan al mediodía, hace ya largos diez años, lunes, miércoles y viernes, un grupo de ex compañeros de trabajo, todos jubilados mayores de 75 años. Ese día son ocho contertulios dispuestos a disfrutar una conversación mientras degustan un café, comentando el acontecer, aceptar las bromas y lo que habían hecho ese fin de semana.
Pepe que acostumbra ser el último en llegar, entra al café con la seguridad y desplante que caracteriza a los profesionales de marketing, su especialidad. Se sienta en una de las cabeceras del par de mesas que ocupaban sus amigos y en cuanto termina de saludarlos dice:
            No saben lo que me pasó el viernes por la tarde.
Imposible saberlo si no andábamos contigo acota Miguel, abogado de profesión.
            Venía del doctor, tenía hora con el urólogo. Qué desagradable, ustedes saben.
Pepe, te agradecería que nos hicieras un resumen, tengo que estar en mi casa para almorzar a las dos solicita Joaquín, con la premura habitual de los profesionales que han trabajado en operaciones.
Este no sabe lo que es un resumen, así que deja lo de siempre y ándate, no termina antes de las dos treinta aconseja Vicente, que como contador-auditor llevaba el control de las cuentas.
Que esta vez se queden dos para escuchar el cuento y no pasar por mal educados, en una próxima oportunidad se quedan otros sugiere Manuel, que por años había trabajado en recursos humanos. 
Pepe, por favor trata de ser breve sin entrar en detalles, sólo lo esencial. La última vez que nos relataste una de tus historias, a pesar de los esfuerzos, nos quedamos dormidos y nunca nos enteramos del final porque te fuiste ofendido solicita Rubén, como buen profesional de relaciones públicas.
Se mandó cambiar para no pagar el café indica el contador-auditor.
Dejen de hablar para escuchar lo que el testigo tiene que contarnos alega Miguel.
Considerando que quieren que les cuente lo que me pasó, voy a tratar de ser breve, si me extiendo un poco es por el bien de la historia, de esta forma ustedes se involucrarán más;  desde ya les adelanto que es especial —Pepe dibuja en el aire, con ambas manos, una silueta de mujer—, y que a más de uno le hubiera gustado vivirla. También debo pedir prudencia y que mantengan las normas de confidencialidad que rigen a esta cofradía.
Muchachos —dice Vicente—, por respeto a nuestro amigo y para llegar a nuestros hogares a almorzar y no a cenar, con el correspondiente malhumor de nuestras esposas, dejémosle hablar y el que interrumpa su relato paga una ronda de café a todos, ¿de acuerdo?
Buena idea dice Andrés y agrega con la precisión que caracteriza a un ingeniero—: y que el relato no se extienda más allá de ciertos minutos, en caso contrario, si excede el tiempo acordado habrá de pagar él una ronda de café el próximo miércoles, o cuando asista.
Si no hay oposición se timbra el acuerdo dice Miguel golpeando con el codo la mesa en señal de caso cerrado.
Un momento, ¿cuánto tiempo otorgaremos a Pepe? rectifica Vicente.
Vicente tiene razón señala Manuel y agrega—: considerando que ya es la una de la tarde y conociendo la eficiencia del trabajador, propongo que otorguemos a Pepe siete u ocho minutos para contar su caso.
Es muy poco tiempo, quince minutos sería lo mínimo y aún así tendré que saltarme partes reclama Pepe.
—Parece que esto va para largo, si queremos que nos sigan reservando mesas, pidamos otra ronda de café sugiere Vicente.
Mientras se hace un nuevo pedido, Eduardo que está sentado en el extremo opuesto a Pepe y que había estado concentrado en su teléfono inteligente, ajeno a la conversación de sus amigos, manifiesta:
Colegas, noticia de última hora, por favor presten atención a esto todas las miradas se concentraron en Eduardo, a quien consideraban un hombre ponderado, normalmente callado. Si pedía la atención era por algo que valía la pena escuchar, como lo había demostrado siempre desde su cargo en el área de planificación. Eduardo se ajusta los lentes, aclara la voz con un sorbo de la soda que le habían servido y comienza a leer—: Ha sido detenida por la policía  una mujer de treinta y ocho años, de complexión esbelta que vestía con ropa de marca y se dedicaba a embaucar hombres, principalmente de la tercera edad que conducían autos de alto valor económico. Para realizar sus fechorías recurría a distintas argucias, la más utilizada era convencer a su víctima de que necesitaba ayuda para salvar la vida, y, que era imprescindible que la trasladara de urgencia hasta su domicilio con el fin de que pudiera tomar unos medicamentos que había olvidado traer con ella. En el trayecto, según el testimonio de las víctimas de esta argucia, la presunta delincuente realizaba diversos movimientos en señal de que se sentía mal, pero que tan sólo eran para ir mostrando al desnudo partes de su cuerpo.  Una vez que llegaban a la dirección que había entregado la mujer, ella simulaba que se desvanecía, solicitando a su acompañante ayuda para llegar hasta el interior de la vivienda, donde después de ingerir una serie de cápsulas que imitaban medicamentos y que, según constató la policía sólo eran pastillas de menta o propoleo, procedía a utilizar sus encantos femeninos, para agradecer el favor que le había hecho su ocasional víctima. Todo terminaba con los dos teniendo actos sexuales, que dejaban extenuado al anciano durmiendo. El anciano, al despertar, se encontraba solo en la habitación y sobre el velador una tarjeta firmada por la mujer: “Gracias por el coche. No estuviste nada mal para tu edad.”.
»La policía estima que existen más casos que las denuncias hasta ahora recibidas, debido a la vergüenza de las víctimas y las posibles consecuencias familiares o de escarnio social.


Una vez que Eduardo termina de leer la noticia, todos ríen y opinan sobre lo acontecido, concuerdan que a ninguno de ellos les pasaría algo así, ya que son zorros viejos con mucha calle y, lo más importante, que no hay mujer que alguna vez los haya dejado extenuados. Creen que todas las víctimas de dicha mujer tendrían que ser “unos viejos calientes” y por tal motivo merecían lo que les había pasado.  En ese instante y sólo entonces se percatan de que Pepe no se encuentra ya en el café.

Alfonso Pino es chileno y hace unas semanas comenzó un ciclo de Coaching literario en línea. Este es uno
de los cuentos que ha escrito durante el ciclo de formación.
Ingeniero de profesión, Alfonso decide al fin aprender el oficio narrativo.

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